2.8.08

La brasa solitaria

Para Marcela y Lourdes: de las brujas, las mejores


Un hombre que regularmente asistía a las reuniones de amigos, de manera abrupta, dejó de participar en ellas. Después de algunas semanas, cuando su ausencia ocupaba siempre una silla en las reuniones, un amigo de aquel grupo, preocupado por él, decidió visitarlo.


Esa noche el cielo se hacía acompañar con tres o cuatro tímidas estrellas. Hacía frío. Se acercó a la casa con sigilo y atisbó por la ventana que daba a una sala con dos sillas desocupadas y a su amigo en otra. Él estaba solo, pensativo enfrente de una chimenea donde ardía un fuego acogedor.

Se acerco a la puerta, tocó y espero pacientemente. No hubo respuesta. Con calma volvió a llamar y vio que esta vez la perilla de la puerta giraba lentamente. Su amigo abrió con cautela, lo reconoció y le dio una bienvenida simple pero afectuosa. A pesar de la escasa iluminación el visitante pudo distinguir una mirada como de foco fundido en su amigo. El visitante fue conducido a la sala donde la chimenea. Lo esperaba una amplia silla. El anfitrión se sentó en su asiento y sin esperar invitación el silenció se acomodó en la tercera silla.
Los minutos transcurrieron sin prisa y sin sobresaltos.
El visitante, de manera pausada se levantó de su asiento y se acercó a la chimenea. Tomó las tenazas y empezó a hurgar en la hoguera. Revisaba cada brasa con científica atención. Por fin se decidió por una: la más incandescente, la más luminosa. La tomó con las tenazas y la separo de la hoguera. Se volvió y le dirigió un gesto amistoso a su amigo.

Los dos amigos se quedaron viendo la solitaria brasa como cuando un niño descubre el fuego.
La brasa empezó a perder intensidad y se apagó como un suspiro reprimido. La otrora fiesta de luz y calor pasó a ser un negro y muerto pedazo de carbón. Las cenizas lo envolvieron como una costra, como un viejo recuerdo.


El visitante vio su reloj; era hora de partir. Respiró profundo y se dirigió a la chimenea. Con las tenazas tomó el carbón inerte y lo devolvió a la hoguera. Como una súbita carcajada el carbón volvió a encenderse. El visitante se alisó la ropa y se dirigió a la salida junto con su amigo.

Al volverse para despedirse, después de un abrazo fraterno, el visitante pudo percibir la brasa ardiendo en la mirada de su amigo.

Versión de Charly A. Secas

1 comentario:

brujaalta dijo...

Desde su cubil, las brujas se maravillan ante el mago-poeta.
Primero lo escuché y me encantó. Ahora me hiciste sonreir con tus letras blancas y amarillas.